viernes, 21 de agosto de 2009

El diario

Buenas noches mis estimados lectores, aventureros en el viaje del saber. Sé que los he tenido un poco abandonados, desde hace ya veinti dos días, si no me falla la memoria. Pero después de aquella Odisea como lo fueron los exámenes, traté de alejarme todo lo posible de las responsabilidades. Yo no tomé recesos invernales, ni nada por el estilo. Así que decidí tomar mis recesos invernales en esos tiempos. Y no me dio la gana de venir por aquí, y dejar más material para estudiar. Pienso ahora que no podré cumplir con la sorpresa que os tenía prometida. Pero veré si puedo hacerlo. Y creí que tenía que publicar algo, porque pensaba que de otro modo ya nadie seguiría visitando este blog fantasma, y algo tenía que hacer. La verdad, os confieso que llegué a olvidar que tenía un blog, sí, así de tonto y atolondrado he estado después de mi Odisea.
Desearía pedirles, por tanto, una disculpa a esta conducta. No obstante, esta entrada será aprovechada para algo más. Dejadme dar la bienvenida al salón del estudio a un nuevo bibliotecario. A una persona que he podido comprobar muy inteligente, abierta, y apta para ayudar con la causa de este blog. Notarán, que en el encabezado de los bibliotecarios, hay un nuevo nombre. Aquel que se hace llamar Zalaya que de un paso al frente... Pues entonces, os digo: "¡Bienvenido al salón del estudio! Y que vuestra estancia por esta cómoda salita, llena de comodidades y libros, sea un buen sitio en donde volcar parte de vuestro conocimiento, y aportar un granito de arena". Es así que una nuevo miembro se suma al blog, y yo estoy muy contento de este afortunado hecho. Zalaya es jefe de departamento en la sociedad del misterio, dedicado a las declaraciones e interrogatorios de nuestros villanos de turno. Lo dicho, espero que se pase por aquí, y nos deje parte de su saber que, sin duda, nos será muy útil.
Por otro lado, y para finalizar esta entrada algo rebuscada, se estarán preguntando: "¿Qué tiene que ver todo esto con el título del post?" Bien, paso a explicaros. ¿Les conté alguna vez que soy un escritor aficionado en face de preparación? Creo que sí. Lo que soy en realidad es un adicto a los libros, al que le gusta tanto leer que se cae dormido después de terminar una novela de dos semanas, sin haber pegado un ojo. Y como tal, también he hecho mis exploraciones en el terreno de la escritura aficionada. Pero tan sólo soy un aficionado, que lo hace más o menos bien, pero que puede seguir mejorando. Para hacerlo he decidido tomar un taller de literatura, en el cual estamos tratando de comenzar a escribir. La mayoría de los asistentes al taller, tienen entre cincuenta y setenta años.... y ustedes se dirán: "¡Y este que hace entre ellos!" ¿Yo? Yo soy la mascotita del club, que intenta boquear para sobrevivir en aquel mundo de colosos de la literatura. Son escritores profesionales, la gran mayoría, y tienen ideas muy conservadoras con lo que atañe a la escritura. No toleran que me base en la escuelita inglesa para escribir, y no lo haga siguiendo el patrón latinoamericano de Horacio Quiroga. En fin... Por suerte tengo un par de coordinadores que aceptan mi gusto por la literatura inglesa clásica. Y me dejan escribir cuentos a mi antojo. Hace una semana, me propusieron, o mejor dicho, nos propusieron una consigna. Que tomáramos una pastilla de menta, y de acuerdo al sabor pensáramos y creáramos una historia. Bien, quien me conozca lo suficiente sabrá que odio la menta... Así que los que acaban de enterarse sabrán qué fue lo que ocurrió. No, no les tiré la menta dándoles una sugerencia dándoles alguna sugerencia de dónde la podía guardar. No, lo que hice fue quedarme en silencio, comer la dichosa menta. Y ver qué se me ocurría. Como no se me ocurría nada, no me gusta la menta, oigan, y no creo que algo que no te gusta te pueda dar inspiración para hacer algo; hasta que me llegó una idea. Terminé de tragarme la menta, como buenamente pude, y allí comenzó una nueva semana. Escribí un cuento de tres páginas, que se titula como esta entrada. Y los que lo han corregido y leído han dicho que está bastante bien. Por mi parte lo considero un cuento nefasto, y horrendo, pero que es de mi creación. No me gusta, porque lo hice enojado y cabreado. Creedme, cuando yo me enojo es mejor no estar cerca. Y este cuento lo demuestra muy bien.
En fin, diré, y para resumir, que este es el cuento que he escrito. Ahora tengo otro que preparar para este jueves, así que no sé cuándo vaya a poder darles mi sorpresa. No obstante, me haré un tiempillo. Ya sabeis que quiero que hagais. Lean el cuento, critíquenlo, con certeza y objetividad, pero sin caer en el insulto y la agresión. Den un buen consejo para mejorar, y así todos podremos aprender. Ustedes a detectar estos errores en vuestros escritos, si algún día hacen algo. Y yo a detectarlos también, y cambiarlos en algún día. ¡Espero sinceramente que les guste!
ADVERTENCIA: El cuento que os propongo puede ser doloroso para la gente que tenga o haya tenido familiares, amigos, o algún ser querido en la guerra. A esos posibles y potenciales lectores les digo: "No he hecho esto para ofender, y no lo he publicado por malicia. Lamento si el cuento pudo haberlos llegado a ofender, y me disculpo con extrema franqueza por ello. Temo erir, o haber herido vuestros sentimientos. Y espero que me crean, y entiendan que publico esto como si fuera un cuento, en parte porque amo la literatura, y en parte porque es una crítica social. Por favor, os ruego que me disculpéis si pude haberles ocasionado algún daño, y si creen que este contenido puede llegar a herirlos os recomiendo no leerlo".
El diario


Este cuento está dedicado a las personas que me dieron la inspiración para escribirlo. A ustedes, mis estimados compañeros.


Viernes 19 de febrero 2034
Ginebra, Suiza.

Un nuevo día, un nuevo informe. Este día es igual, e incluso peor, que todos los anteriores. El comandante Strudengert, ha decidido que no dará cuartel a nuestros enemigos. Desde que comenzó esta ridícula guerra el mundo se ha ido al pozo. Ya nadie recuerda ni siquiera porqué esta guerra comenzó, sólo la continúan porque quieren vengar a sus hermanos y padres, muertos en esta masacre humana. Los días son cada vez peores, y ya nos tratamos unos a otros, como si fuéramos perros salvajes. Nos mueve el hambre, nos mueve el deseo y la desesperación, ya no tenemos conciencia. No sabemos, ni recordamos quiénes somos, o fuimos. Porque está claro que ya nadie es lo que era. Veinticuatro años de guerra, por lo que puedo recordar, veinticuatro años ya que estamos condenados a la destrucción del ser humano. Nadie sabe, ni quiere saber la causa por la que peleamos, sólo, peleamos. Combatimos contra el enemigo, y contra nosotros mismos. Pero ya no lo hacemos con ideales ni con afanes. Ya no buscamos un objetivo, ni luchamos con el fervor de una creencia. Ya no salimos al campo de batalla creyendo que nuestras acciones definirán el curso de la humanidad, de nuestro pueblo. Ya no gritamos al morir por nuestra patria o nuestros seres queridos. Ya no lloramos por la pérdida de nuestros amigos. Ya no peleamos por defender nuestras convicciones. No, ahora somos máquinas. Máquinas frías y sin sentimientos que vana pelear como autómatas. Ya no tenemos fervor, ni pasión, ni dolor. Somos robots, en eso nos han convertido estos últimos veinticuatro años de guerra y desolación. Nuestras familias pasaron al olvido, quizás han muerto a manos de nuestros enemigos. Nuestras vidas quedaron atrás, quizás murieron porque nosotros las destruimos. Quizás nosotros, sin saberlo, destrozamos nuestro propio hogar. Pues es obvio que no sólo hemos librado batalla en este mísero país, sino que hemos guerreado en zonas lejanas. La nieve lo cubre todo, todo el tiempo. El frío es penetrante y desconsolador. No da tregua, no damos tregua, y seguimos muriéndonos de frío.
El general ha informado que pronto ganaremos. Ya nadie le cree, porque siempre lo dice, y eso no ha pasado. Cada diecinueve de febrero, año tras año, este estúpido hombre trata de hacernos creer que estamos ganando. Ya todo está perdido, y la suerte tirada. No digo que perdamos algún día, sino, que esta guerra está condenada a no terminar. No habrá ningún bando ganador ni vencedor, porque nadie jamás vencerá ni ganará. Nadie sabe porqué peleamos, y sospecho que el general tampoco lo sabe. Creo que ni siquiera sabe quién es nuestro enemigo. A decir verdad, creo que al igual que el motivo de esta guerra, nadie sabe nada. ¿Quiénes son nuestros enemigos? ¿Contra quién peleamos? Preguntas que nadie puede responder.
Ya no hay tácticas ni estrategias, eso se ha perdido, y ahora es considerado una vieja leyenda. He perdido casi toda mi vida en esta estúpida guerra, pues entré cuando tenía la edad de treinta años. Ahora, si mis cálculos son correctos sólo tengo cincuenta y cuatro años. Arruiné mi vida al entrar en esta guerra, y ahora ni siquiera recuerdo porqué decidí entrar. Quiero llorar, pero hace tiempo que perdí las lágrimas. Quiero gritar, pero hace tiempo que perdí la voz. Quiero volver a ver a mi familia, a mis padres, a mi prometida, y a mi hijo que jamás llegué a conocer. Quiero ver a la familia que pude haber constituido, pero lamentablemente ya no tengo ojos para ver algo que no sea muerte y guerra; ya ni siquiera recuerdo el rostro de mi amada.
Agente John Smith del 34º ejército de Ginebra, suiza.
Dos hombres estaban parados uno al lado del otro, miraban atentamente la fría tundra que los rodeaba. El paisaje estaba nevado, y el paraje estaba carente de todo tipo de vida. Los árboles parecían muertos, y no había un solo silbido de algún ave. El frío era intempestivo y cortante, y respirar una bocanada de aquel aire helado era como comer un iceberg.
-¿De qué oficial sacó esto? –preguntó uno de los hombres. El que estaba a la derecha, y tenía una cinta roja y blanca en el pecho.
-Del oficial Smith, señor –respondió el segundo hombre que tenía muchas medallas en la pechera de su uniforme militar térmico.
-¿Qué cree usted que significa esto?
-Creo que esto significa que muchos de los combatientes están hartos de esto.
-¿Hartos de esto? ¡Esa es su deducción brillante! –Replicó exasperado el hombre de la banda-. ¡Hace años que tuvo que haber dicho eso! Claro que esta guerra estúpida está inquietando a los hombres, y claro que están hartos. Yo, el imbécil que comenzó todo esto, estoy harto. Ni siquiera recuerdo contra quién declaré la guerra.
-Mi señor –dijo conciliador el general Strudengert-, no es su culpa. Esta guerra terminará más pronto o más tarde, y saldremos victoriosos; nos alzaremos en la gloria de… -se interrumpió-. Nadie sabía ya con qué gloria se podían alzar de ganar el conflicto. Hacía veinticuatro largos años.
Hacía veinticuatro años que el país de Alemania, había sufrido un grave agravio, que le había hecho entrar en periodo de crisis. Cuando nadie se lo esperaba, había surgido una alianza con el país menos imaginado. Estados Unidos de América, el país yankee, se había unido con Alemania y querían hacer frente a toda Europa. Así había comenzado una guerra ferozmente librada en terrenos enemigos, que se había prolongado veinticuatro años. Las condiciones de vida comenzaban a ser míseras, ya nadie tenía identidad, la única clasificación era en: enemigos, y compañeros de batalla. ¿Quién era el enemigo? Nadie, absolutamente nadie lo sabía.
-¿Qué vamos a hacer con Smith? –preguntó el que tenía pinta de ser el general.
El hombre de la banda roja y blanca se quedó mirando el vacío un momento, y pensaba en lo torpe y estúpido que era; “No valgo nada –se decía-, soy un…” . No llegó a terminar su hilo de pensamiento; no quería hacerlo. Reflexionó un momento, y luego, con una voz cansada, pero certera, dijo: “Creo que es riesgoso que Smith permanezca más tiempo en el cuerpo; los demás podrán enterarse de sus ideas, y apoyarle”.
-O puede que lo quieran silenciar –acotó el general.
-Es un imbécil, Strudengert –replicó el hombre de la banda bicolor-, no tengo la más mínima idea de cómo un hombre tan rematadamente idiota pudo haberse convertido en un general estratega. Pero ahora que lo pienso –meditó-, esto es una buena explicación de porqué todas las batallas nos han salido como un tiro por la culata.
Cada palabra, cada sílaba, cada sonido que salía de la boca del hombre era un cuchillo cortante, que se enterraba en el cuerpo del general, envenenándolo de odio y rencor.
-Por otra parte –continuó el que parecía de mayor rango-, decía que si dejamos a Smith junto a sus compañeros podrá contagiar su idiosincrasia, y eso conllevaría un amotinamiento. Será mejor acabar con la célula madre ahora mismo, ya que el cáncer entero es mucho más difícil de quitar.
-¿Cómo lo haremos sin levantar sospechas? –inquirió el general.
-¿Y qué me sugiere mi terrateniente estratega? –preguntó secamente el de mayor rango.
-Sugiero que lo asesinemos en silencio, mientras duerme, quizás; y podríamos hacerlo pasar por una muerte natural. Veneno, arsénico, ácido prúsico. ¡O un suicidio! –respondió orgulloso de su ingenio, el general Strudengert.
-¡Magnífico! –respondió irónicamente el hombre de la banda roja y blanca-. Ahora no tengo ninguna duda de porqué hemos fracasado en todo. Lo único que hemos hecho bien es exterminar a los suizos, y apropiarnos de estas tierras como frente de batalla. ¿Acaso no se percata de que si hacemos eso, sus compañeros tendrán más razones para enfurecerse?
-Entonces –dijo Strudengert-, ¿Qué sugiere que hagamos?
-Darle una misión –respondió con naturalidad el de mayor rango-, algo difícil, pero fácil al mismo tiempo. Algo que pueda considerarse piadoso, pero que sea suicida. Algo, que en definitiva, nos haga quedar bien con el resto del cuerpo, y nos permita deshacernos de Smith.
-¿Como qué? –inquirió el general.
-OH, eso es lo de menos –dijo quitándole importancia con un ademán de la mano-. Encomiéndele una misión simple, pero peligrosa. Dígale que lleve un mensaje a los fronteros, para que traigan refuerzos, y suelte los perros la noche de su partida. Diremos que fue el enemigo, y como nadie querrá ver el cadáver todos se quedarán tranquilos.
Después de un asentimiento por parte del general, y de unos pequeños arreglos, ambos hombres callaron, y miraron el cielo gris y acerado que se extendía sobre ellos. Respirando el aire helado y penetrante el dictador de la banda bicolor tenía la certeza de que el mundo se estaba cayendo a pedazos. Escrutó el paisaje con sus fríos ojos de acero, y asintió levemente.
Él tenía razón, y el futuro del ser humano, ya estaba echado.



Sir Nícolas Vásquez de Aragón.

Allí lo tienen, pueden comentar, agregar cosas, hacer opiniones, correcciones, e incluso vuestras observaciones particulares. Nuevamente, me disculpo ante todos aquellos lectores que pudieron sentirse ofendidos con este material. Para los que estéis interesado, el género en que he catalogado este cuento, y a mi modo de ver, es ciencia ficción. Si podéis darle otra categoría en el subgénero de cuento, estaré encantado de oírlas.

Será pues, hasta que el mar de los conocimientos vuelva a reunirnos, hasta que el universo nos encuentre desprevenidos, y atraiga a la curiosidad, al deseo, y a la necesidad de saber, explorar y conocer el mundo, para poder seguir adelante.
"No se es inteligente por lo que se sabe, sino, por lo que se admite no saber".
Sir Nícolas Vásquez de Aragón.

P.S. Para los que estén pensando en que el salón se convirtió en una sala editorial, debéis saber que estoy interesado en que este salón siga siendo igual de objetivo, como siempre. Y que además, tenga algún que otro entremés. Tales como estos cuentos, que son una forma objetiva, o por lo menos, más implícita de exponer opiniones y hablar de uno mismo.
P.P.S. Aquellos lectores que quisieran que alguno de sus escritos, cuentos, materiales, poemas, pequeñas historias, tratados de algo en particular; se publiquen por aquí, y si creen que puede encajar en un blog de estas características. Deben escribir a saladelestudio@gmail.com, y allí veremos cómo podremos solucionarlo.

domingo, 9 de agosto de 2009

¿Se pueden crear cuatro triángulos equiláteros con seis fósforos?

Bienvenidos, nuevamente, aventureros del saber, al gran blog de los conocimientos. Hoy volvemos con una legendaria sección, que ya hace algún tiempo que no tocamos. Hoy volveremos a matemáticas. Pero antes, notarán sin duda que este blog ha sufrido algunos cambios. En principio tenemos un juego denominado sudoku, del cual es muy probable que hayáis oído hablar. Se los recomiendo ya que es muy entretenido, y divierte la mente mientras no haya mucho para estudiar. Entre otros cambios verán un encabezado de sección que se refiere a algunos libros indispensables. Encontrarán allí los libros que yo considero muy útiles, sus autores, y lo que se puede rescatar de ellos. Además verán otro encabezado de sección que les mostrará la genialidad de Einstein. No pienso pretender que las grandes dotes intelectuales del viejo Albert, radican en algunas frases. Sino, que esas frases pueden identificar muy bien el tipo de mente, y la capacidad de dicha mente, pero es sólo una aproximación. aún así, me gustó la idea de ponerlo allí, ya que, sin temor a que me tachen de hacer el cliché, Albert Einstein es mi científico y matemático favorito.
He allí una pequeña descripción, de las nuevas incorporaciones del salón del estudio. Antes de pasar a lo que nos ocupa, debo deciros algo importante. Sé que ya lo dije, y quiero repetirlo. Para agosto se vienen sorpresas, y aunque ya estamos en agosto y no hay muchas sorpresas (salvo un cuento de mi invención) ustedes se estarán preguntando: “¿De qué sorpresa estará hablando?” Bien, esa sorpresa sigue siendo una sorpresa. Pero antes de que termine este mes se publicará, eso se los prometo.
Ahora sí, a lo que nos ocupa. Hoy, como bien he dicho anteriormente, volvemos con una antigua sección que ya habíamos olvidado. Y para no perder las sanas costumbres, vamos a volver nuevamente, con nuestros antiguos problemas, para luego pasar de lleno a la sorpresa. ¿Listos?
El problema que hoy nos ocupa es un problema de pensamiento lateral. Pueden encontrar la definición de este tipo de problemas en la entrada publicada como: “Problema de análisis lateral”. Para quienes no la hayan leído, les haré un breve boceto de lo que trata. Un problema de análisis lateral, o pensamiento lateral, es un problema de lógica sencilla, que a simple vista parece complicado. Pero, como su nombre lo indica, si se piensa o analiza desde otro punto de vista, (otro ángulo de la habitación) se podrá dar con una solución. El problema pasado se resolvía pensando en que nuestra sociedad es machista, por tanto no estamos acostumbrados a ver que haya eminencias médicas, mujeres. Para quiénes no entendáis de qué estoy hablando, os pongo en antecedentes. El problema anterior era muy sencillo, y bastaba con observar que la sociedad es muy machista para resolverlo. Es decir, si nos hubiéramos puesto a pensar en que un niño tiene dos progenitores, una madre y un padre. Y en que si el padre del niño muere y viene otra persona diciendo: “El niño es mi hijo”. Lo más lógico sería suponer que esa persona es la madre de dicho niño. Entonces, si viniera una persona, que es una eminencia médica, y dijera: “El niño es mi hijo”. Habiendo muerto el padre anteriormente, cabría lógico suponer que esa persona, es la madre, y es una eminencia médica. He allí la importancia de aprender a razonar las cosas desde otro punto de vista, en orden inverso, distinto a como lo haríamos en circunstancias normales. Entonces, si uno se pone a pensar en el ejemplo anterior, y ve que si lo pensamos de otro modo, lo que parecía un misterio cósmico irresoluble se transforma en una sencilla explicación, es cuando uno toma conciencia de la importancia de estos problemas. Así que recuerden, con este tipo de problemas se debe buscar razonar las cosas desde otra perspectiva.
Ahora mismo pondré el problema, pero antes quiero anunciar que dicho problema no se resolverá como el anterior. Porque si bien se usará el mismo método, el otro debía verificarse a través del género de la eminencia mencionado en el problema. Como este no se mencionó en todo el enunciado, cabía la posibilidad de que la eminencia fuera de género femenino. En este problema no tendrán que buscar nada oculto entre las palabras, sólo fría lógica, y análisis lateral.
¡Allá vamos! ¡Matemática a la carga!

¿Se pueden hacer cuatro triángulos equiláteros con seis fósforos?
Supongamos que tenemos seis fósforos o cerillas, y queremos hacer cuatro triángulos equiláteros. ¿Se podrá? Podéis usar fósforos o cerillas de verdad, podéis hacer dibujos, podéis usar el método que mejor les parezca. Podéis pensarlo al derecho y al revés, podéis darle la vuelta. Podéis moverlo en la cabeza todo el tiempo que queráis. Sólo debéis preguntaros: “Es posible hacer cuatro triángulos equiláteros con seis fósforos?”


Allí tenéis vuestro problema de pensamiento lateral. ¿Os parece muy breve? ¿Qué opinan? ¿Se podrá? ¿Qué piensan ustedes? ¿Si se puede, cuál es la solución? ¿Si no se puede, por qué no? ¿Les gustó?
Ahora mismo, tenéis tres días para resolver el problema, pasado ese plazo yo publicaré la respuesta. Quiero avisaros desde ya, que la respuesta es en sí misma muy simple, y sólo con pensar las cosas de formas distintas a las que lo haríamos comúnmente. ¿Os creéis capaces de resolverlo? Entonces… ¡Pongan a trabajar esas pequeñas células grises!
Por otra parte, quiero hacer algunas aclaraciones.
cuando digo fósforo o cerilla me estoy refiriendo a un palito de madera, con un cabo de color rojizo que cuando se frota con determinadas superficies genera una chispa, y prende una llama de fuego. Tomemos en cuenta que aquí, en este problema, estamos diciendo fósforos, para referirnos a segmentos rectos, del mismo tamaño y longitud que los demás. podéis usar lápices, lapiceros, palitos, siempre que estos tengan la misma medida unos con otros.
para aquellos que no quieran repasar sus apuntes de geometría, y estén algo perdidos con la definición de triángulo equilátero. Recordemos que un triángulo equilátero es aquel triángulo que tiene todos sus lados iguales.
¡A pensar!


Así pues, nos despedimos, hasta que el mar de los conocimientos y la sabiduría nos atrape, y nos vuelva reunir a todos, para enseñarnos algo nuevo.
“Hoy, somos más sabios que ayer”.
J. N. B.

P.S. Estáis advertidos de que no podéis copiar la respuesta de vuestros compañeros. Con esto me refiero, a que no podéis ver la respuesta de vuestro compañeros, porque entonces os estaríais perdiendo de la posibilidad de pensar.

sábado, 1 de agosto de 2009

Cuestión de edad

Bienvenidos nuevamente,k aventureros del saber, sé que en una fiesta no se debe leer... Pero que más dá. Lo prometí yt lo pienso cumplir. No es la primera vez que alguien publica una obra de su inventiva aquí en el salón, no obstante, sí es la primera vez que yo hago pública una historia propio. Con lo cual estoy bastante nervioso.
Paso a explicaros, soy un seudo escritor aficionado, o sea, me gusta mucho escribir en mis ratos de osio, y poder crear. Como bien he dicho, soy aficionado, y no cuento con mayores conocimientos que los que puede llegar a tener un estudiante secundario. Este cuento, titulado de igual modo que esta entrada, es, en mi opinión, y en la de otras personas, el mejor relato que he creado hasta ahora. No pienso decir de qué va el cuento, no pienso atajarme ante de que lo lean... Pero, sería muy importante para mi que dejaran su opinión, la más franca y sincera, lo más objetiva posible. Hasta ahora una amiga del salón le dio el VB, unas maestras de literatura lo están calificando en este momento, y un profesor lo ha leído y le ha gustado mucho. No obstante, mientras mayores puntos de vista mejor, y les agradezco encarecidamente a Jengibre, a un maestro de economía, y a una profesora de literatura.
Espero que les guste, y por favor, si queréis dejar una crítica constructiva, hacedlo del modo menos hiriente posible... Esto es, no quiero insultos, tonos despectivos o peyorativos, quiero cosas útiles, que sean aplicables, y que insiten a mejorar. Así sin más les presento, mi... ¿Em? ¿Mi creación? Bueno, si le podemos dar ese nombre...
¡Allí va!

Cuestión de edad.

Este cuento, breve, pero cuento al fin, se lo dedico a todas las personas mayores que se han olvidado de ser niños, y ya no recuerdan los valores fundamentales de la niñez.

Agradezco, también, a todos los libros y autores que aquí se nombran por haberme dado a conocer un mundo nuevo y distinto, que si lo queremos existe. Mención especial para Antoine Exuperi, Arthur Conan Doyle, y Daniel Defoe.


En un parque, una nublada mañana de Julio, y bajo la lluvia del verano un hombre ya muy mayor caminaba plácido. Llevaba el cabello cano, los ojos verdes relucientes, como si se tratara de un niño recién nacido, las arrugas le cubrían el rostro algo cansado, y tenía una amplia y benévola sonrisa que daba gusto apreciar. Llevaba un impermeable rojo, que apenas y cubría del agua fluvial, y tarareaba una alegre canción de su época. En lo más profundo de sus ojos, a pesar de la juventud y vivacidad que había en ellos, se reflejaba una gran sabiduría, y un profundo sufrimiento a través de la vida.
El hombre miraba a su alrededor y la imagen que se le presentaba era perfecta. El parque era verde, de un verde pleno lleno de vida, de un verde pleno que agradecía con profunda emoción el regalo de unas gotas de lluvia cristalina, en medio de aquel agobiante calor. A pesar de que el día no se prestaba para salir de paseo muchos niños jugaban en el parque. Algunos trepaban árboles y creían ser Robin Hood, otros, en cambio, se escondían detrás de arbustos protegiéndose de la lluvia, que para ellos era un terrible maremoto, y ellos eran grandes aventureros que salvaban con actos heroicos, la vida de las personas del mundo. Otros, no obstante, eran Robinson Crusoe, y se dedicaban a tallar la madera y a sobrevivir en una isla de arena. Otros, los más pequeños, sólo creían en que eran piratas y se dedicaban a saquear la isla de Robinson en busca de posibles tesoros, que, como ya sabemos, no existían allí. Dos niños jugaban entre sí, ambos tenían espadas de cartón mojado que chocaban y se rompían unas con otras en una lucha abierta en que un mosquetero luchaba contra un guardia del cardenal Richeleui. Otros dos andaban por un pequeño sendero, y uno llevaba en su mano una lupa de juguete, y el otro llevaba una agenda más vieja y desgastada que el tiempo, y no costaba reconocer en ese par, a los dos amigos detectives, que sin lugar a dudas momentos antes se habían peleado para obtener el papel de Sherlock Holmes y poder portar la lupa, que confería aire de sabiduría y audacia. Más allá, en la zona de arena en donde comúnmente suelen estar los juegos para niños y adultos, como columbios, subes y bajas, toboganes, y otros, en una casita de madera prefabricada un grupo de algunos muchachitos salía y entraba como si de un hormiguero en destrucción se tratara. Trastos, fuentes, cucharones, radiotransmisores que hubieron pertenecido a sus bisabuelos, cables de plásticos, y demás, no costaba mucho trabajo saber que se trataba de una expedición al planeta Marte que haría que Rai Bradbury les copiara. El viejo veía todo esto y sonreía feliz.
Emprendió nuevamente la marcha pero hubo algo que le hizo detenerse, los niños que sobre los árboles creían ser Robin Hood y el pequeño John se tambalearon, y uno de ellos se cayó. Quedó agarrado de una endeble rama, que sin duda no resistiría el peso del frágil cuerpo del infante. El viejo fue corriendo hasta debajo del niño, pero al llegar vio con espanto que el niño que no había caído le tendía la mano a su compañero y este la agarraba. El viejo gritó: “¡Déjalo! Yo lo atraparé, puede que te caigas.” Pero los niños lo miraron e hicieron oídos sordos. Al final el niño que a punto de caerse estaba fue elevado por su amigo hasta una parte más segura del árbol y pronto bajaron del mismo. El juego había terminado, y ya se habían aburrido de tantas aventuras. El viejo los miró alejarse y musitó a algo que sonó a: “Inconcientes.”
El viejo se encogió de hombros y emprendió retirada cuando algo nuevo lo hizo detenerse. Uno de los piratas de la tripulación había salido del barco y cruzado los siete mares esquivando serpientes y leviatanes hasta interponer su espada ante la del guardia de Richeleui, y desarmarlo. El viejo miró con mayor atención y un poco más de interés el cuadro y vio que el mosquetero estaba caído y con su arma quebrada. Vio al pirata y el guardián y vio como el guardián de Richeleui lanzaba un trapo blanco hacia el aire y se marchaba casi llorando. Luego el pirata le tendió la mano al mosquetero, y le dio la espada del guardián de Richeleui, cruzaron unas palabras y ambos personajes se fueron hacia el barco. Y allí se reanudó la aventura entre Robinson y los piratas.
El interés del viejo fue más allá de la literatura y se quedó expectante. Pasó un largo rato y todo seguía igual, por el único detalle de que el señor Holmes había desaparecido junto con el Dr. Watson, y no se veía rastro de su presencia en ningún lugar. Cuando el viejo se marchaba vio algo que le hizo saltar de espanto. Desde la casa de madera, sobre el techo dos niños se batían, pero no precisamente a un honorable duelo de espadas, uno, que parecía ser el capitán, estaba sosteniendo al otro y estaba a punto de lanzarlo al vacío, lo cual serían, menos de treinta centímetros, y vio con espanto como el capitán tiraba al rebelde, y como el rebelde caía lanzando un grito de desconsuelo y odio. El niño, a pesar de haber saltado perfectamente y caído de pies, simuló un tardío desfallecimiento, muy pausado y meditado, sobre el barro y levantó una mano en señal de súplica, y con gesto teatral la dejó caer.
El viejo siguió mirando, atónito, el drama de los niños…cuando su atención se situó en la isla de Robinson. Al parecer Viernes, un muchachito moreno del grupo, había matado a quema ropa a un pirata, y Robinson le daba un sermón con unos papeles entre las manos. El viejo se acercó un poco, y a la distancia leyó, gustoso de que aquellos niños fueran fieles a los originales, garabateado con lápiz, y a las apresuradas: “La biblia de Robinson.”
La lucha entre los españoles de Robinson y los muchos piratas se desparejaba, y ya estaban por perder la isla cuando de la nada una flecha zurcó el aire. Y desde los árboles de los bosques de Sherwood, grandes gritos de aliento sonaron, al tiempo que un montón de avioncitos de papel iban hacia los piratas. El guardián del cardenal había ido en defensa de la isla de Robinson, y los tripulantes de la expedición a Marte al ver debajo de ellos una terrible contienda decidieron intervenir a favor del partido con menor posibilidad de ganar. La batalla se tornó aún más emocionante, pistolas y espadas, flechas y armas combativas galácticas. Los piratas a traición disparaban, el mosquetero peleaba contra el guardián, los avioncitos de papel seguían surcando el cielo hasta llegar a los sombreros de los piratas, los viajeros del espacio luchaban con garras y dientes. Entre miles de gritos y confusiones, una exclamación de alarma sonó. Al parecer el mosquetero y el guardián del cardenal se batían a duelo en el borde del barco, y sus espadas refulgían cada vez que se entrechocaban, sus expresiones serias eran, y la batalla se detuvo para ver confrontar a esos dos grandes combatientes. El ruido de metal y los jadeos de cansancio eran lo único que rompía ese ceremonial silencio. Al final, un mandoble, un redoble, un jueguito de voltereta, un zigzag, y con una última estocada el mosquetero logró atravesar su arma en el costado de la víctima. Toda la batalla quedó resumida en ese momento, todos quedaron con el aliento contenido, e incluso el cadáver del traidor levantó un poco la cabeza ti abrió un ojo para ver que había ocurrido, al tener claro medio panorama lo volvió a cerrar y dejó caer la cabeza con gesto teatral.
Luego de un momento de tensión fue el viejo y sabio Robinson Crusoe que fue ante el mosquetero y gritó: “¡Detengan el combate!” acto seguido sacó de su bolsillo un gran trapo blanco y lo tiró al aire, en ese momento, todos dejaron sus armas, las flechas cesaron, y todos con cabeza gacha se reunieron en congregación…
Un cuarto de hora más tarde ya no había nadie más que el viejo en el parque. Todo estaba en atronador silencio, y ni un alma. El viejo aún no tenía muchas cosas claras de la aventura de los jóvenes de aquella tarde. Y le recordó a eso de convenir el próximo desacuerdo, que el legendario Tom Sawyer y su amigo habían pactado. Así que decidió quedarse sentado en una de las incómodas banquetas, y ver como uno a uno, historia tras historia, los padres de los niños buscaban a los pequeños héroes. Y al final el viejo y el parque eran uno.
Fue por eso que al viejo le extrañó oír una voz que decía: “Muy interesante, muy interesante mi querido Watson pero para nada probable.” Y a su vez otra voz replicaba: “¡Por favor Holmes! Sea un poco más comprensivo y diga cual es su razonamiento.” Y un despreocupado y desinteresado: “Ya habrá tiempo para eso muchacho, ahora, por ahora, vaya a su casa y tome algo que después de una jornada de duro trabajo siempre es bueno nutrirse un poco.”
El viejo de ojos esmeralda se sobresaltó mucho al oír esa voz, y al volverse para saber de donde procedía vio a Sherlock Holmes despedirse de Watson con un apretón de manos. Vio que la libreta del pobre Watson se había estropeado aún más, si eso era posible, a causa de la lluvia. Ambos niños se separaban, y el pequeño Holmes distinguió al anciano sentado en el banco. Se acercó un poco y se sentó junto a él, no sin antes desearle una bonita tarde con toda la elegancia de un caballero inglés que le era posible. Momentos más tarde la lluvia apacible arreció y el viejo trató de cubrirse, pero el pequeño Holmes no pareció inmutarse.
“¿Cómo te llamas?” preguntó el viejo casi gritando para hacerse oír en medio de la tormenta.
_Mi nombre es Sherlock, Sherlock Holmes, contestó con tranquilidad el niño.
_Sí, dijo el viejo, ese es el nombre de tu personaje, pero… ¿Cuál es el tuyo propio?
_Ah, dijo el niño, usted se refiere al nombre que me pusieron mis padres, ¿Verdad?
_A ese mismo, precisamente, respondió el viejo.
_Cuando aún vivían ellos me decían James, James Harrison.
El viejo se quedó como una piedra. El pobre niño era huérfano y aún así salía con su amigo a jugar y creía que era Sherlock Holmes. El hombre se enterneció y sonrió, la inocencia de los niños les hace vivir en un mundo distinto, pero que lamentablemente no existe. _ ¿Y dónde vives entonces, Sher? Preguntó el viejo.
_En el orfanato de Santa Eduviges.
_y dime, ¿Te dejan salir siempre que quieres y con estos tiempos?
_a Sor Sandrín no le gusta mucho, pero confían en mí y saben que no me pierdo y me sé cuidar, y cuando estoy aburrido vengo aquí a ver si puedo resolver algún caso. Pero, siempre termino sacando conclusiones y deducciones sin ningún resultado.
El viejo pensó que se había topado con un niño muy imaginativo, y le cayó bien. Luego de un tiempo se levantó y dijo: “Sé que no debes ir con extraños, pero… ¿Te apetecería una buena taza de chocolate caliente?”
Por supuesto, contestó el niño y ambos comenzaron a caminar por medio del parque.
El niño conocía bien toda la ciudad, de cabo a rabo, con lo que si al hombre le daba por llevarle a otro lugar que no fuere la cafetería que le había indicado con anterioridad, el niño saldría corriendo como un desposeído si era necesario. Poco tiempo después estaban en la cafetería que James conocía bien, ya que le habían sacado de allí miles de veces por tratar de encontrar algún cliente, o de buscar refugio. Los dos se sentaron y de inmediato un camarero con rostro amable se acercó: “Señor Evans, que gusto tenerlo por aquí a usted, y, Agregó al ver al familiar rostro del malandrín que siempre trataba de ahuyentar a la clientela, a su acompañante.” _ ¿En qué podemos servirle? ¿Qué tomarán usted y su compañero? ¿Cuál es el motivo de su visita?
El viejo lo miró de arriba abajo, reflexionó un instante y luego dijo: “He venido a cosechar frijoles, el niño tomará un café irlandés con whisky y yo una bomba de gas butano ya que el médico me dio de alta, porque… resulta que estoy milagrosamente curado de todas mis dolencias.” El camarero agachó la cabeza y se dirigió hacia la barra, un chocolate caliente bien cargado para el niño, y un café con algo de leche para el señor Evans, atiéndelos tu, Sam, cada vez lo soporto menos.”
En ese momento el viejo se echó a reír y comenzó a mirar más detenidamente a su acompañante, el niño tenía ojos de color azul, y pelo de color marrón. Vestía ropa ya muy malgastada y vieja, y la lupa de juguete le colgaba del bolsillo como una extremidad en reposo.
_Y dime Sher, ¿Has tenido algún caso últimamente?
_um… Lo dudo, últimamente nadie quiere contratar a alguien para que le ayude, y menos contratar a un niño huérfano.
_ ¡Ajá! ¿Y no será que eres un mal detective?
_Le aseguro que no soy tan mal detective, y que tengo buenas referencias de Sor Sandrín y de algunos compañeros.
El viejo se quedó en silencio ante aquel comentario y vio como un camarero distinto al que los había atendido primero, se acercaba con una bandejita y unas tazas. El hombre apoyó la bandeja con una tetera de porcelana, algunos bollos de pan, un poco de mantequilla, una jarrita de leche, y un gran tazón de leche caliente junto al cual reposaba ocho tabletas de chocolate de Perefort.
El niño atacó directamente su taza de leche poniéndole las ocho barras de chocolate, mientras que el viejo lo veía algo entusiasmado. _Dime, Sher, si eres tan buen detective como te proclamas, pero sólo has tenido oportunidad de hacer deducciones… ¿Qué puedes deducir de mi apariencia?
El Niño ante tal proposición sonrió, y su rostro adquirió una expresión de intensa concentración mientras escrutaba cuidadosamente al viejo. Luego de un instante comenzó: “Um… la verdad que no hay mucho que sacar en claro de su apariencia, todo sea dicho, aunque creo poder hacerlo. En principio comienzo pensando que usted no tiene familia, que es nacido de Londres, tiene una buena posición social, es bastante tranquilo, le gusta cuidar de su aspecto físico, le agrada ser viejo, es un hombre que privilegia las letras, padece de asma, pertenece a un club poco conocido, y… trabaja habitualmente con números.” Ante aquella muestra de perspicacia el viejo quedó boquiabierto, y elevó unas gastadas manos en un leve aplauso.
Luego de un momento el viejo preguntó: “¿Cómo supiste todo eso?” A lo que el niño respondió: “Un detective jamás revela sus razonamientos porque entonces se lo considera como un oficio meramente vulgar y muy sencillo, pero, añadió, con usted haré una acepción porque me cae bien. Deduzco que usted no tiene familia porque si la tuviera ya lo habrían puesto en un asilo para ancianos con la edad que tiene, y al ser las ocho de la noche usted ya debería estar en el asilo. Por otra parte deduzco que es un hombre letrado porque no cualquiera lleva una pluma de esa clase, muy costosa y ribeteada en oro, sólo para presumir, además, la pluma lleva grabado el monograma de un club, aunque no he sabido identificarlo. Deduzco que es un hombre de números por la libreta cuadriculada, propia de las personas que suelen hacer cálculos matemáticos. Además, es un hombre muy calmo porque sólo una persona tranquila podría conseguir colocar el alfiler de la corbata en el centro exacto de la misma. Es una persona de buena posición social, por la pluma de oro, y ese alfiler de catorce kilates, pero es modesta porque asiste a un café de clase media. Padece de asma por la respiración jadeante, y por el cordón del respirador que le sobresale del bolsillo, ah, y ya que estamos, póngaselo bien, que si no queda algo desprolijo. Cuida de su aspecto general por la pulcritud de su ropa, y por el alfiler colocado en el centro. Es nativo de Londres porque esta mañana le vi. caminar con gusto por el parque aún bajo la lluvia, y eso sólo puede hacerlo un londinense, además, tiene el tradicional acento de Inglaterra. Ah… y le gusta ser viejo porque a pesar de ir bien vestido y con pulcritud no ha hecho ningún esfuerzo para ocultar el cabello gris.
El viejo quedó absolutamente sorprendido de la astucia del niño y recordó sus tiempos, sonrió y asintió: “Bastante bueno señor Holmes. ¿Te gusta el chocolate?”
El niño asintió y volvió a concentrarse en su taza. Momentos más tarde el hombre le preguntó: “¿Por qué no interviniste en la guerra de esta tarde? ¿Acaso no estuviste?”
_Sí estuve, respondió el niño, lo vi todo, desde el momento en que Robin Hood se caía del árbol. Pero no intervine porque me gusta analizar las cosas desde fuera.
_Y dime…. Sher, ¿Qué fue lo que dedujiste de todo eso?
_Que los niños privilegian los valores y las enseñanzas de los libros que leen antes que dejarse guiar por el mundo que se les impone, y esto se debe a que su inocencia les permite ver todo con mayor transparencia.
_Los adultos también tenemos principios, Sher, retrucó el viejo.
_Sí, los tienen, pero están nublados por las cosas malas que les ocurren. Dijo con convicción la pequeña copia del Sherlock Holmes.
El viejo dudó un instante y luego dijo: “Entonces, fundamenta tus razones, que hoy tengo muchas ganas de apreciar las deducciones de un jovencito.” El niño respiró hondo y dijo:
“cuando Robin estuvo a punto de caer usted fue a socorrerlo, pero, vio con espanto que el otro niño le tendía la mano a riesgo de que se produjera una caída doble, no obstante el niño no pensó en eso, y cierto es que fue algo imprudente, pero aún así ese niño tenía presente que si tienes un amigo debes ayudarlo siempre, y acompañarlo en las buenas y en las malas, él pensó que no era un buen amigo si antes buscaba salvarse sólo él y dejaba caer a su amigo, para que otro lo atrapara. A pesar de que corría riesgos siempre estuvo presente el principio de ayudar a la gente y más a un amigo.” El viejo asintió y le dio un sorbo a su café. “Luego, recordó el niño, ocurrió lo del mosquetero… usted no lo vio pero el guardia de Richeleui, traicionó al mosquetero, porque no fue justo que le pateara la pierna ya que el combate entre caballeros debe ser honorable, por eso, el pirata salió en su ayuda y eso no se consideraría injusto porque el mosquetero estaba en peligro y el guardia había hecho trampa. Luego el mosquetero se unió a los piratas porque estos le habían hecho un favor y necesitaban ayuda. Luego, el capitán de la nave lanzó al vacío a uno de sus tripulantes ya que este se había comportado mal, y había hecho un daño muy grave. Lo cual justificaría ese comportamiento. Luego Robinson reprendió a Viernes por haber disparado a un pirata a sangre fría aprovechando un momento de distracción. Luego la nave decidió ir en ayuda de la isla de Crusoe ya que estos estaban en desventaja, eran dieciséis contra no sé cuantos piratas. Luego, el guardia de Richeleui apareció heroicamente para combatir con su enemigo y librar el duelo que se había interrumpido. Así todos se detuvieron para mirar el duelo, y terminó venciendo el mosquetero, pero aún así este le dio la mano al guardia y lo llevó con los piratas para seguir combatiendo. En ese momento Robinson Crusoe tiró su escopeta, Viernes hizo lo mismo, y así uno por uno los guardianes de la isla, se quitaron el sombrero e invitaron a pasar a sus atacantes. A su vez los piratas tiraron las espadas y se reunieron con los tripulantes de la nave y los habitantes de la isla para reconciliarse y de ese modo hacer las paces. Lo hicieron porque se dieron cuenta de que si los hombres batallan por algo uno de los dos bandos lo conseguirá, y ganará. Pero el bando ganador tendrá que enfrentarse y luchar contra más enemigos que querrán reclamar las tierras como propias, y de ese modo nunca estarían en paz con nada. Y, todo el mundo preferiría compartir tesoros a morir por ellos y jamás disfrutarlos. ¿No le parece caballero?
El viejo había quedado boquiabierto, aquel niñito que no aparentaba más de once años estaba allí, explicándole con pelos y señales, y con interpretaciones psicológicas, un juego de niños. Era asombroso, al tiempo que increíble, y el viejo se preguntó si no estaría en presencia del mismísimo Sherlock Holmes. La idea le hizo reír, y el niño rió con total despreocupación y sinceridad con él, ambos rieron tan estrepitosamente después de aquel monólogo que el jovencito había dado para explicar los motivos y causas de un juego de niños que cuando pararon, ninguno de los dos recordaba PORQUÉ SE HABÍAN REÍDO AL PRINCIPIO. TODOS LOS COMENSALES DEL LOCAL SE HABÍAN Vuelto para ver a la extraña pareja que reía a carcajadas en frente de sendas tazas de café y chocolate.
Dime Sher, no me has dicho el porqué de la intervención de los hombres de Robin Hood en esta pequeña guerra.
_ ¡OH! Eso, sí, es muy sencillo, creí que usted ya lo habría deducido. Pero, si quiere se lo cuento.
_Sería un honor, contestó el viejo.
_Verá, la explicación no es tan certera como las anteriores. Los hombres del bosque de Sherwood siempre han sido algo raros, y no se sabe bien si son buenos o malos. Ya sabe, eso de si el fin justifica los medios. En sí mismo ellos intentaron ayudar al bando que tenía las de perder, ayudaron a Robinson y los moradores de la isla, y luego se ausentaron. Ellos son así, jamás se definen, y a pesar de ser ladrones, siempre ayudan a quien lo necesita.
_Pero Sher, ¿No crees que esta bien que les roben a personas que tienen de más para darles a personas que tienen de menos?
_La verdad pienso que es muy injusto que haya gente que tiene mucho más de lo que necesitan, y haya otras personas que no tengan para cubrir lo absolutamente necesario e indispensable. Pero no creo que robar a ellos sea la solución, ya que robar es malo, siempre, incluso si se le roba a un malandrín es malo porque nos rebajamos a lo que son ellos, y usamos sus mismas artimañas para estafarles. A pesar de que lo hagamos con un buen fin, no estamos siendo del todo honrosos si lo hacemos de ese modo. ¿No le parece? Es más, creo sinceramente que lo que Robin Hood trata de dejarnos es que debemos ayudar a las personas que lo necesiten, y dar dinero a pobres, pero, que debemos hacerlo de tal modo que la balanza se equilibre, y no haya clases sociales mayores o inferiores, pero de un modo justo y honesto. Como la caridad o las donaciones de señores magnánimos que dan dinero al orfanatorio en donde vivo.
El viejo se quedó boquiabierto nuevamente ante la pureza y la inocencia de los sentimientos del niño, lo vio a los ojos y vio a futuro a un hombre recto y justo, a una persona benévola y piadosa, y tuvo esperanza de ver más niños como aquel. Sus razonamientos, aunque algo sencillos eran interesantes, fáciles, y en extremo lógicos.
Bien Sher, aquí nos separamos, dijo el viejo al llegar a una gran calle. Sólo una cosa más, el viejo se bajó hasta que su cara estuvo a la altura del pequeño y lo vio a los ojos intensamente, vio reflejados en ellos un corazón noble y sincero, y sonrió. El viejo, que ya comenzaba a cansarse de estar en esa postura que no le era habitual, preguntó: “Y dime Sher, ¿Por qué tu has visto todo eso y yo no?”
El niño se sorprendió ante la pregunta, pero pensó que sería mejor contestarla, ya que de ese modo podría asegurarse un futuro cliente si el viejo era víctima de alguna fechoría interesante. _Usted no pudo verlo porque usted lo ve todo desde el punto de vista de un adulto. Los niños al no tener experiencia somos inocentes, porque no hemos madurado y no tenemos conciencia de muchas cosas feas de la vida, entonces podemos estudiar todo desde un punto de vista alejado y fuera de el problema. Además, sumemos que nuestra inocencia nos permite tener pautas de valores y principios más firmemente presente, magia. Los niños somos más sensibles, y eso nos hace sentir cosas que a los adultos se les escapan por andar muy apurados y no prestar atención al mundo que les rodea. Si tan sólo hicieran un poco de silencio podrían sentir más cosas a su alrededor. Además los niños somos transparentes, y es esa transparencia lo que nos hace ver todo claro y sin dificultad. Es por eso, que yo pude ver los fundamentos de los niños en la plaza para actuar de ese modo, y usted no.
El viejo quedó silencioso, fijo sus ojos esmeraldas en los del niño, sonrió, le dio una palmada en el hombro al pequeño y ambos se despidieron con un apretón de manos. Sonrieron y se volvieron. Cada uno comenzó a caminar por caminos distintos y opuestos. Quizás nunca más se verían, el niño iba a su orfanato donde Sor Sandrín lo esperaba preocupada y nerviosa. Y el anciano iba a su solitario hogar, su modesta casita.
El niño pensaba: “Es sólo una cuestión de edad.”
Y el viejo pensaba: “Quizás deba llamar al aviador para decirle que no esté tan triste.”


Sir Nícolas Vásquez de Aragón.

Allí lo tienen, ¡Espero que les guste! ¡Y que el significado semántico que contiene les llegue al corazón!
Será hasta que el mar de los conocimientos y la sabiduría nos encuentren, o nosotros lo encontremos.